A lo largo de mi trayectoria han sido muchos los programas formativos impartidos bajo la temática de “Trabajo en equipo”. He comprobado la gran cantidad de horas, esfuerzos y recursos, que destinan las empresas para mejorar este aspecto, pero la cruda realidad es que, a largo plazo, se consiguen pocos resultados. Como mucho, puede producirse el tan famoso “efecto gaseosa” que provoca un ligero cambio en las 2 primeras semanas y luego devuelve al equipo a su cruda realidad, con sus virtudes y sobretodo con todos sus antiguos defectos. ¿En qué nos estaremos equivocando?

Será la metodología empleada, la mala elección de los objetivos de la acción, la motivación de los asistentes, la falta de evaluación de la acción……….

Lo que si está claro es que no se produce la tan buscada transferencia al puesto de trabajo y posiblemente venga provocada por un error de enfoque que se produce en la propia génesis de proyecto.

Tradicionalmente (y lastimosamente hoy en día también), se abordan programas de trabajo en equipo que inciden y reflexionan sobre aspectos superficiales: Planificación, Coordinación, Cohesión, Comunicación.

Es cierto que son aspectos muy importantes dentro del desarrollo de un equipo y que inciden de una manera clara en su productividad, pero equivocadamente son aspectos que se trabajan directamente en las acciones formativas (como si fueran la causa) y casi nunca se consigue una mejora del equipo pasados un par de meses (porque son la consecuencia).

Hace tiempo descubrí que el verdadero secreto de un equipo radica en la confianza que se profesan sus propios miembros. Pero, no esa confianza superficial que muy de pasada se aborda en ciertas acciones formativas (Outdoor e Indoor) sino una confianza trabajada desde las creencias de los propios miembros del equipo. Sí, esa creencia que nos hace pensar en nuestro interior que rendimos más que el resto de nuestros compañeros, que no hay nadie tan implicado como nosotros, que cada uno mira por sí mismo, que solo nosotros estamos dispuestos a realizar los esfuerzos que son necesarios.

Cuando esta creencia se instaura dentro de los profesionales, provoca que se malinterpreten todas las situaciones que ocurren a su alrededor, que los errores de nuestros compañeros sean interpretados como una falta de motivación, implicación o capacidad. Este aspecto es el que provoca que los miembros de un equipo no afronten los problemas y conflictos del día a día (porque ¿Cómo le voy a decir a un compañero que yo estoy más implicado que él?), no llegamos nunca a desarrollar la capacidad de “estar en desacuerdo y aún así comprometerme” por lo que, si no se lleva a cabo mi idea, la alternativa nunca llego a sentirla como propia.

Y esto no para aquí, si no confío ciegamente en mis compañeros ¿Cómo voy a exigirles o a pedirles responsabilidades si su rendimiento no es el adecuado?  Si confiáramos de verdad no tendríamos problemas en hacerlo porque la interpretación de la situación sería distinta: “Algo le pasa que no le deja llegar al 100%”, “se habrá descuidado ¡¡somos humanos!!”, “estará pasando una mala racha”……………. “voy a ofrecerle mi ayuda, no a recriminarle”.

Y al final de este tortuoso camino, la consecuencia se hace palpable cuando nos encerramos en nuestros resultados individuales o departamentales y no tomamos como referencia los organizativos. “La empresa no ha ganado dinero este año, pero no es culpa mía, en mi departamento hemos logrado nuestros objetivos”.

¡¡Dejemos ya de poner tiritas formativas!! y profundicemos verdaderamente en aquello que puede provocar un cambio, ¡¡no tengamos miedo!!, el riesgo que corremos al tratar temas tan profundos merece la pena pensando solo en el beneficio que podemos conseguir.

Al fin y al cabo somos personas y nuestras creencias condicionan nuestra manera de interpretar la vida…………………..