Si por algo se caracterizan aquellas personas que habitualmente consiguen muchas cosas o tienen éxito en lo que se proponen es porque son muy buenos fijándose objetivos y tienen la determinación necesaria para hacer aquello que tienen que realizar sin dejarse llevar por la comodidad, la pereza o la desgana.

Sin embargo, ¿Qué ocurre cuando por algún motivo (a veces ajeno a la propia persona) no se consigue el objetivo? En estos casos es normal que el desánimo y la frustración se apoderen de la persona y posiblemente, afectado por este estado emocional, percibamos la situación de una manera mucho más negativa de lo que realmente es.

Frustracion por no conseguir el objetivo

Os pondré un ejemplo, el otro día mientras mantenía una conversación en una sesión de coaching con uno de mis clientes, este analizaba el resultado de un objetivo que llevaba varios meses persiguiendo y hacía más o menos la siguiente lectura:

  • “Menuda lástima, durante los 3 últimos meses deseaba incrementar mis ventas en un 20% y no he podido hacerlo más que un 18,5%. No me explico que ha podido pasar”. Me contaba con un tono triste y bastante afligido por la situación.
  • A lo que yo le respondí: ¿Qué puede tener esto de bueno?
  • “¡¡Nada!! Siento que he fallado y no he sabido encontrar la formula para conseguir lo que deseaba”. Me contestó en un tono serio.

Este fue un hecho que me sorprendió bastante y me hizo reflexionar sobre ello por la noche, puesto que en situaciones parecidas muchas personas son capaces de encontrar unos cuantos aspectos positivos en lo que ha ocurrido y son capaces de analizar la situación con cierta perspectiva, sin embargo, en otras ocasiones es tal el nivel de competitividad de la persona o su grado de deseo por la consecución del objetivo que no son capaces de poner en valor lo que han logrado, aunque no hayan alcanzado al 100% el objetivo.

En muchas competiciones deportivas, se escucha a menudo que es mejor conseguir la medalla de bronce que la de plata, porque parece te vas con mejor sabor de boca de la competición. El 3º ha ganado su partido en la final de consolación, sin embargo el que queda 2º ha perdido frente a su oponente en la gran final. No hace falta que os comente cual de las dos posiciones es más meritoria de una manera objetiva, sin embargo si es cierto que en determinadas situaciones nos cuesta poner en valor lo alcanzado, sobre todo cuando no hemos llegado por poco. En el momento de recoger la medalla de plata, posiblemente esos deportistas no serán conscientes de que son los segundos mejores de su país, de Europa o del mundo en su disciplina, con la importancia que ello puede tener.

La tristeza del 2º clasificado

En el caso que os explicaba antes, a mi cliente le valía ese 18,5% de incremento en su productividad, sin embargo, estaba tan orientado al objetivo inicial (el 20%) que no sabía disfrutar de lo alcanzado, le resultaba muy costoso poner en valor ese importante crecimiento de sus ventas y lo que eso significaba.

Quizás, tengamos que tomarnos en muchas situaciones el objetivo como una simple orientación, una señal que nos indica que camino hemos de tomar y que sabemos a ciencia cierta, que si lo logramos o nos quedamos muy cerca de conseguirlo, estaremos en mucha mejor posición de lo que lo estamos ahora mismo. Aprendamos a trabajar con los objetivos no como un número o cifra exacta, sino como una orientación hacia lo que queremos y deseamos, así quizás disfrutemos mucho más del camino y de los logros alcanzados.

Los hábitos, la determinación y la disciplina son muy importantes en la vida, pero si después de darlo todo al final no llegas, quizás tendrás que poner en valor las cosas positivas que dicha situación pudiera poseer.