Realizando balance de lo vivido y aprendido durante 2015, me acordé de algo que ocurrió hace unos meses. Escuchando a uno de los magníficos ponentes que habitualmente nos visitan en ASNIE (Asociación Nacional de Inteligencia Emocional), esté lanzó una frase que pasó casi inadvertida entre el público pero que en una conversación posterior con mi amigo y vicepresidente de la asociación Fernando Gastaldo, ha hecho que la tenga muy presente en los últimos días y que haya reflexionado en varias ocasiones sobre este hecho: “No puede ser malo algo bueno”.

¿Cuántas veces nos encontramos realizando alguna tarea que tiene un marcado trasfondo positivo y nuestra mente identifica uno o varios problemas con dicha acción? En ese mismo momento, corremos el riesgo de que las dudas nos bloqueen y nos paralicen a la hora de realizar aquello que pretendíamos realizar y que seguro iba a beneficiar a una o varias personas.

   Optimismo e Inteligencia emocional

Por ejemplo, imagínate que quieres ayudar a un amigo a realizar una mudanza, por cuestiones ajenas a ti tienes que marcharte cuando solo has podido ayudarle en la mitad de las tareas y sin embargo, tu mente se queda anclada en el hecho de que te hubiera gustado ayudarle a realizar la mudanza completa y no solo una parte. ¿Cuál es la razón por la que nos cuesta ver el valor de aquello que hemos realizado positivamente y sin embargo percibimos claramente aquello que nos decepcionó?

libro mitEste tema también tiene su hueco en mi última publicación “15 cosas que aprendí en el MIT”, en la misma desgrano la manera que tiene de percibir y de procesar la realidad nuestro cerebro. Al estar programado para la supervivencia, para encontrar los errores, para descubrir peligros (reales o potenciales), sufre un gran sesgo perceptivo y le cuesta muchísimo identificar y valorar las cosas positivas.

Por inercia, ante cualquier situación va a mostrarnos claramente todo lo que puede salir mal, lo que puede generarnos algún tipo de perjuicio e incluso, imaginará escenarios apocalípticos donde nuestra vida o nuestra integridad física o mental corran peligro. Bueno, esa característica es la que nos ha hecho sobrevivir hasta nuestros días desde aquellos lejanos tiempos del hombre de Cromagnon, sin embargo, en pleno siglo XXI, donde la esperanza de vida ha subido muchísimo y hemos reducido casi a la mínima expresión los riesgos potenciales, no ayuda demasiado que todavía continúe trabajando sobre esos parámetros anticuados y desfasados. Adaptativos, pero poco útiles a día de hoy.

Por eso, no deja de sorprenderme como ante una situación determinada, donde existen multitud de cosas positivas y alguna negativa, nuestra mente se focalizará sin dudarlo en aquello que puede salir mal.

  • Voy a hacer las paces con mi pareja, pero ¿Y si no las acepta y aún se enfada más conmigo?
  • Le voy a expresar lo valiosa que es para mí su amistad, pero ¿Y si le parece una tontería?
  • Voy a comprarle este regalo para su cumpleaños, pero ¿Y si no le gusta?

No puede ser malo algo bueno

Es necesario que entrenemos a nuestro cerebro para que se acostumbre a reenfocar determinadas situaciones y aprenda a contemplar también lo que si funciona, lo que es valioso, lo que nos añade valor. Sino, corremos el riesgo de que se encuentre tan entretenido identificando todo lo que no funciona, que perderá de vista totalmente lo que si lo hace y eso puede ocasionar que nuestra vida que está pintada de colores intensos, pasemos a percibirla con un triste blanco y negro.

Así que te invito a que cada vez que sientas que alguna cosa no funciona, reta a tu mente para que encuentre algo positivo en dicha situación y así descubrirás, que la mayoría de las veces, no puede ser malo algo bueno, por mucho que nuestro cerebro se empeñe y nos haga dudar.