Hace tan solo veinte años que diversos equipos de cardiólogos y psiquiatras se han dedicado a estudiar la relación que existe entre los dos órganos más importantes de nuestro organismo: el corazón y el cerebro.

Existen multitud de ejemplos de la gran influencia que nuestro cerebro tiene sobre nuestro corazón, solo hay que pensar como es capaz de alterar su ritmo y sus latidos cuando percibimos e interpretamos algo como peligroso a nuestro alrededor. Las emociones son ante todo un estado corporal y solo después una percepción en nuestro cerebro, de hecho cuando sufrimos un gran trauma o una enorme decepción por algo, solemos decir “le ha destrozado el corazón” ¿Casualidad?

El estrés es un factor de riesgo incluso más importante que el tabaco en lo concerniente a las enfermedades del corazón. Además, hay estudios que demuestran que una depresión a continuación de un infarto predice la muerte de un paciente en los seis meses siguientes con más precisión que ninguna medición de la función cardíaca.

Que nuestro cerebro influye en nuestro corazón, es una realidad, pero ¿Qué pensarías si te dijera que nuestro corazón también influye en nuestro cerebro? que esa relación es biunívoca, se afectan mutuamente.

Desde hace poco se sabe que el corazón, al igual que el intestino, cuenta con su propio circuito de algunas decenas de miles de neuronas, son como pequeños cerebros en el interior del cuerpo. Además de esto, el corazón también es una pequeña fábrica de hormonas. Segrega su propia reserva de Adrenalina, que libera cuando necesita funcionar al máximo. También segrega y controla la liberación otras hormonas como el ANF, que regula la tensión arterial, o la Oxitocina, la hormona del amor.

Como podréis comprender todas estas hormonas actúan directamente sobre el cerebro. Nuestro corazón percibe, siente y cuando se expresa alcanza a toda la fisiología de nuestro organismo, empezando por nuestro cerebro. Curioso ¿no?